RECUERDOS NAVIDEÑOS DE LA PRIMERA PRESIDENCIA
Managua, Nicaragua
Presidente Spencer W. Kimball – diciembre 1977
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Es
Navidad, y nuevamente mis pensamientos se vuelven hacia Belén, el lugar del
nacimiento de Jesús, y a la primera Navidad.
Para
mi esposa y para mí, fue un sueño hecho realidad estar en Belén durante la
Nochebuena, hace algunos años. El 24 de diciembre era un bello domingo, y muy
temprano esa mañana efectuamos una reunión sacramental en Bagdad, Irak, con una
familia en cuyo hogar nos hospedábamos. Después del servicio viajamos a
Damasco, en Siria, y, luego a Jerusalén. Había gente de muchos países reunida
allí esa noche sagrada, esperando hacer el viaje de 18 km. por un camino
sinuoso hasta Belén.
Al
arribar a Jerusalén encontramos la plaza tan repleta de gente que fue fácil que
nuestros pensamientos se remontaran a aquella primera Navidad, cuando a José y
a María les fue dicho que "no había lugar para ellos en el mesón".
Para
añadir a la confusión de la muchedumbre, se oían villancicos desde una
camioneta con altoparlantes y las campanas repicaban desde las cúpulas de la
Iglesia de la Natividad, que fue construida en el siglo cuarto.
La
Iglesia está edificada en la plaza sobre una gruta, la cual se piensa que puede
ser el lugar verdadero del pesebre donde nació el Niño Jesús.
Una
puerta pequeña y unas gradas angostas nos condujeron dentro de la gruta, donde
nos abrimos paso con dificultad; estaba alumbrada con muchas velas y adornada con
hermosas cortinas. Con la impaciente multitud, tratarnos de meditar y revivir
la historia del más importante de todos los nacimientos.
Después,
fuimos afortunados al encontrar un taxi que nos llevara aproximadamente a tres
kilómetros de la colina del Campo de los Pastores donde por fin encontramos serenidad
en aquella noche fría y clara.
Había
sólo cuatro de nosotros en la colina donde los pastores estuvieron apacentando
.sus rebaños en aquella primera Nochebuena.
La
luna brillaba con un brillo desacostumbrado y el cielo estaba tapizado de estrellas.
En nuestra imaginación, casi podíamos escuchar "una multitud de las
huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían; ¡Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!"
Miramos
hacia arriba, hacia las luces centelleantes de Belén, y sentimos el impulso de
cantar nuevamente:
Oh,
pueblecito de Belén,
Cuan
quieto tú estás...
¡Oh,
cuan inmenso el amor
Que
nuestro Dios mostró!
Al
dar a todos ese don:
Su
Hijo nos mandó.
Después
ofrecí una oración de agradecimiento por el privilegio de esa Navidad en Belén
y por mi conocimiento de nuestro Salvador Jesucristo, el Hijo de Dios.
Mi
corazón se llenó de gozo al recordar que Él nos marcó el plan, la manera de vivir
mediante la cual, si somos fieles, podremos algún día verlo y expresarle
personalmente nuestra gratitud por su vida perfecta y su sacrificio por
nosotros.
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