La verdadera Navidad

UN MENSAJE NAVIDEÑO

Presidente Howard W. Hunter (1907–1995)
Decimocuarto Presidente de la Iglesia – Liahona diciembre 2005

Nativiy- latin- Cristmas- conert
 Él es “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Él es nuestro ejemplo, nuestro Maestro y nuestro Redentor.

La verdadera Navidad. 
La Navidad es una época de mucho ajetreo. Las calles y las tiendas están repletas de gente con los preparativos de última hora. Aumenta el tránsito en las carreteras, los aeropuertos se abarrotan… toda la cristiandad parece revivir con la música, las luces y las decoraciones festivas.

Una escritora ha dicho:

“De todas las festividades, ninguna [como la de la Navidad] penetra tanto el corazón humano ni inspira sentimientos más sublimes. Los pensamientos, los recuerdos, las esperanzas y las tradiciones ligadas a ella se vinculan colectivamente a la antigüedad y a la nacionalidad, e individualmente a la infancia y a la vejez. Abarca los aspectos religioso, social y patriótico de nuestra naturaleza. El acebo y el muérdago se entrelazan entre las ramas de los pinos, la costumbre de hacer regalos a las personas que se quieren, la presencia del árbol de Navidad, la superstición de Papá Noel (Santa Claus, Santo Clos, San Nicolás), todo ello hace de la Navidad la festividad más anhelada, la más universal y, desde cualquier punto de vista, la más importante para el hombre” [Clarence Baird, “The Spirit of Christmas”, Improvement Era, diciembre de 1919, pág. 154.

El origen de la Navidad
Esta época está llena de tradición y sus raíces se remontan a la historia. El origen de esta fiesta hay que buscarlo en la adoración pagana anterior a la introducción del cristianismo. El dios Mitra era adorado por los antiguos arios, adoración que se extendió gradualmente por India y por Persia. Al principio, Mitra era el dios de la luz celestial de los brillantes cielos y en el posterior periodo romano fue adorado como la deidad del sol o el dios sol: Sol Invictus Mithra.

En el primer siglo [antes de] Cristo, Pompeyo conquistó la costa meridional de Cilicia, en Asia Menor, y muchos de los que fueron hechos prisioneros en las campañas militares fueron llevados cautivos a Roma. Así se introdujo en Roma la adoración pagana de Mitra, pues esos prisioneros difundieron su religión entre los soldados romanos. Esa adoración se popularizó, particularmente en el ejército de Roma. En la actualidad aún se ven entre las ruinas de antiguas ciudades pertenecientes al imperio romano los santuarios de Mitra. El mitraísmo floreció en el mundo romano y se erigió en el principal competidor de la cristiandad en las creencias religiosas de la gente.

La festividad de los adoradores del dios sol se celebraba inmediatamente después del solsticio de invierno, el día más corto del año, época en la que el sol permanece como inmóvil después de su descenso anual en el hemisferio sur. El inicio de su ascenso desde ese punto más bajo se consideraba el renacer de Mitra, y los romanos celebraban su cumpleaños el 25 de diciembre de cada año. Ésa era una festividad de mucha celebración: fiestas, comidas, regalos que se hacían a los amigos y temporada en la que las viviendas se decoraban con ornamentación vegetal.

Con el tiempo, el cristianismo superó al mitraísmo, que había sido su más fuerte rival, y la festividad en la que se celebraba el nacimiento de Mitra fue adoptada por los cristianos para conmemorar el nacimiento de Cristo. La adoración pagana del sol, profundamente arraigada en la cultura romana, se vio reemplazada por la mayor de las celebraciones cristianas. La Navidad ha llegado hasta nosotros convertida en un día de gratitud y regocijo, un día de alegría y buena voluntad para con los hombres. Aun cuando tiene una relación y un significado terrenales, su contenido es divino. La antigua celebración cristiana ha perdurado a través de los siglos.

El significado actual de la Navidad
¿Qué sentido tiene hoy la Navidad? La leyenda de Papá Noel, el árbol de Navidad, las guirnaldas decorativas y el muérdago, así como los regalos, todo ello nos manifiesta el espíritu del día que celebramos; pero el verdadero espíritu de la Navidad es mucho más que eso. Se halla en la vida del Salvador, en los principios que enseñó, en Su sacrificio expiatorio, el cual es nuestro gran patrimonio.
Hace muchos años, la Primera Presidencia de la Iglesia declaró lo siguiente:

“Para los Santos de los Últimos Días, la Navidad consta de un elemento recordatorio y de uno profético. Por un lado es un recordatorio de dos acontecimientos grandes y solemnes, que se recordarán como los sucesos más poderosos y más maravillosos de la historia de la humanidad. Se [preordenó] que ambos tuvieran lugar antes de la creación de este planeta. Uno de ellos fue la venida del Salvador, en el meridiano de los tiempos, para morir por los pecados del mundo; el otro es la futura venida del Redentor resucitado y glorificado, para reinar en la tierra como Rey de reyes” [“What Christmas Suggests to a Latter-day Saint”, Millennial Star, 2 de enero de 1908, pág. 1].

En su breve epístola a los gálatas, Pablo muestra su gran preocupación por la evidente incredulidad de ellos y su abandono de las enseñanzas sobre el Cristo cuando les escribió: “Bueno es mostrar celo en lo bueno siempre, y no solamente cuando estoy presente con vosotros. Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:18–19). En otras palabras, Pablo manifestó sentir dolor y ansiedad hasta que Cristo fuese “formado” en ellos, que es otra manera de decir, “[estar] en Cristo”, expresión que Pablo emplea habitualmente en sus escritos.

Cristo puede nacer en la vida de los hombres, y cuando esta experiencia tiene lugar, se dice que tal hombre es “en Cristo”, es decir, que Cristo se ha “formado” en él. Ello presupone que aceptemos a Cristo en nuestro corazón y que hagamos de Él la mayor influencia en nuestra vida. Cristo no es una verdad general ni un dato histórico, sino que es el Salvador de los hombres en todo lugar y en todo momento. Al esforzarnos por ser como Cristo, Él “se forma” en nosotros; si abrimos la puerta, Él entra; si buscamos Su consejo, Él nos aconseja. Para que Cristo sea “formado” en nosotros, debemos creer en Él y en Su expiación. Esa creencia en Cristo y guardar Sus mandamientos no supone obstáculo alguno; más bien los hombres son libres gracias a ambos. El Príncipe de Paz aguarda para darnos paz mental, con lo cual podemos convertirnos en conductos de esa paz.

La verdadera Navidad acude a aquel que ha aceptado a Cristo en su vida como una fuerza impulsora, dinámica y revitalizadora. El verdadero espíritu de la Navidad yace en la vida y en la misión del Maestro. Prosigo con la definición del verdadero espíritu de la Navidad:

“Es un deseo de sacrificarse por los demás, de brindar servicio y de poseer un sentimiento universal de hermandad. Consiste en la disposición para olvidar lo que has hecho por los demás y recordar únicamente lo que los demás han hecho por ti; es olvidar lo que el mundo te debe y pensar sólo en… tus deberes desde un punto medio, y en la ocasión de obrar bien y de ayudar al prójimo desde un primer plano; consiste en ver que el prójimo es tan bueno como tú y tratar de mirar más allá del rostro, en el corazón, y en cerrar tu libro de quejas contra el universo y buscar un lugar donde sembrar las semillas de la felicidad sin que nadie te vea” [Improvement Era, diciembre de 1919, pág. 155].

Al reflexionar en la Navidad, James Wallingford escribió lo siguiente:

La Navidad no es un día ni una estación, sino una condición del corazón y de la mente.
Si amamos al prójimo como a nosotros mismos;
Si en nuestra riqueza somos pobres en espíritu y en nuestra pobreza somos ricos en misericordia;
Si nuestra caridad no se gloría en sí misma sino que es sufrida y benigna;
Si cuando nuestro hermano nos pide un pan, nos entregamos a nosotros mismos;
Si cada día nace repleto de oportunidades y muere habiendo logrado algo, sin importar cuán pequeño sea,

Entonces cada día es de Cristo y la Navidad siempre está próxima.

[En Charles L. Wallis, editor, Words of Life, 1966, pág. 33]

Un hombre sabio ha dicho:

“Lo más asombroso del relato de la Navidad es su relevancia. Encaja en cualquier edad y en cualquier fase de la vida. No es un simple cuento encantador que se relata una vez; antes bien, es eternamente actual. Es la voz que clama en todo desierto. Tiene tanto sentido para nosotros como lo tuvo aquella noche tiempo ha cuando los pastores siguieron la luz de la estrella hasta el pesebre de Belén” [Joseph R. Sizoo, en Words of Life, pág. 33].

Se ha dicho que la Navidad es para los niños, pero a medida que los años de la infancia van quedando atrás y van siendo reemplazados por la madurez, la sencilla enseñanza del Salvador con respecto a que “más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35) se hace realidad. La evolución de una fiesta pagana transformada en una festividad cristiana para conmemorar el nacimiento de Cristo en la vida de los hombres es otra forma de madurez que sólo se obtiene cuando se ha sido enternecido por el Evangelio de Jesucristo.

Busquen el verdadero espíritu de la Navidad
Si desean buscar el verdadero espíritu de la Navidad y participar de su dulzura, permítanme hacerles la siguiente sugerencia. Durante el ajetreo de las fiestas de esta Navidad, aparten un tiempo para volver su corazón a Dios. Tal vez en las horas de quietud, en un lugar tranquilo y arrodillados (a solas o acompañados de sus seres queridos), den gracias por todo lo bueno que hayan recibido y pidan que Su Espíritu more con ustedes al esforzarse con denuedo por servirle y guardar Sus mandamientos. Él los llevará de la mano y cumplirá Sus promesas.

Sé que Dios vive. Doy testimonio de la divinidad de Su Hijo, el Salvador del mundo, y manifiesto mi aprecio por la bendición que supone tener en la tierra un profeta del Dios viviente.


Adaptado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 5 de diciembre de 1972; ortografía actualizada. Fuente: Liahona diciembre 2005. pág..12

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