Una historia de los templos (Beth Elohim - significa "la morada de Dios"
Foto _ Pedro Avilés Z - Templo de Saint Grorge Uth |
Managua, Nicaragua - 12 de marzo de 2018
Norelly Learning - Pedro Avilés Z
Será posible salvarnos sin la ayuda de nuestros antepasados? es una pregunta para los vivos.
Entonces, es una prioridad desarrollar la Obra en el Templo y la Historia Familiar por aquellos que ya no están con nosotros y para hacer efectivo el recogimiento de Israel.
Por esa razón debemos de acelerar el recogimiento efectivo de Israel a través del trabajo de los Miembros Misioneros... entonces aunque no tengamos un templo en Nuestro País, debemos de trabajar uno a uno, es decir POSIBILITAR LA SALVACIÓN DE LOS VIVOS Y LOS MUERTOS.
Una historia de los templos
Foto _ Pedro Avilés Z - Templo de Saint George Uth |
Un lugar reservado
El concepto esencial de un templo es y siempre ha sido el de un lugar especialmente reservado para un servicio que se considera sagrado; en una acepción más limitada, un templo es un edificio construido para efectuar ceremonias y ritos sagrados, y exclusivamente dedicado a tal objeto.
El vocablo latín templum era el equivalente del término hebreo beth Elohim y significaba la morada de Dios; de ahí que, literalmente, significaba la Casa del Señor.
En muchas edades distintas, tanto
los adoradores de ídolos como los discípulos del Dios verdadero y
viviente han levantado este tipo de edificios. Aunque las inmediaciones
de estos templos se usaban como sitios de reunión general y ceremonia
pública, siempre había recintos interiores donde solamente los
sacerdotes consagrados podían entrar, y en los cuales, según se
afirmaba, se manifestaba la presencia de la deidad. Los templos nunca se
han considerado como sitios de reuniones públicas ordinarias, sino como
recintos santos, consagrados a las ceremonias más solemnes de ese
sistema particular de adoración.
El Tabernáculo del Antiguo Israel
Foto _ Pedro Avilés Z - Templo de Saint George Uth |
En días antiguos, el pueblo de
Israel se distinguía entre las naciones como los edificadores de
santuarios al nombre del Dios viviente. Este servicio les era requerido
en forma particular por Jehová, a quien profesaban servir. La historia
de Israel como nación data desde el Éxodo. No bien hubieron escapado del
ambiente de la idolatría egipcia, les fue requerido preparar un
santuario en el cual Jehová pudiera manifestar Su presencia y dar a
conocer Su voluntad como su Señor y Rey aceptado.
El tabernáculo era sagrado para
Israel, en calidad de santuario de Jehová. Se había construido de
acuerdo con un plan y medidas revelados (véase Éxodo 26–27).
Se trataba de una estructura compacta y portátil y, aun cuando era
solamente una tienda, se construyó con los mejores, los más preciados y
los más costosos materiales que el pueblo poseía. Esta condición de
excelencia constituía la ofrenda de una nación al Señor; fue en todo
respecto lo mejor que el pueblo pudo dar, y Jehová santificó la dádiva
ofrecida con Su aceptación divina.
Después de que Israel se hubo
establecido en la tierra de promisión, cuando, después de cuatro décadas
de andar errantes por el desierto, el pueblo del convenio finalmente
tomó posesión de su propia Canaán, el tabernáculo con sus objetos
sagrados se estableció en Silo, y allí se reunían las tribus para
conocer la voluntad y la palabra de Dios (véase Josué 18:1; 19:51; 21:2; Jueces 18:31; 1 Samuel 1:3, 24; 4:3–4). Más tarde fue trasladado a Gabaón (véase 1 Crónicas 21:29; 2 Crónicas 1:3) y posteriormente a la Ciudad de David, o Sión (véase 2 Samuel 6:12; 2 Crónicas 5:2).
El Templo de Salomón
David, el segundo rey de Israel,
pretendió y proyectó edificarle una casa al Señor, declarando que era
impropio que él, el rey, morara en un palacio de cedro, mientras que el
santuario de Dios no era sino una tienda (véase 2 Samuel 7:2).
Mas el Señor, hablando por boca del profeta Natán, rehusó la ofrenda
propuesta porque David, rey de Israel, aunque en muchos respectos era un
varón aceptable a Dios, había pecado, y su transgresión aún no había
sido perdonada (véase 2 Samuel 7:1–13; 1 Crónicas 28:2–3).
No obstante, le fue permitido a David recoger el material para la Casa
del Señor, edificio que había de construir no él, sino su hijo Salomón.
Poco después de ascender al trono,
Salomón emprendió la obra. Puso los cimientos durante el cuarto año de
su reinado y el edificio quedó completo en menos de siete años y medio.
La construcción del Templo de Salomón fue un acontecimiento
trascendental, no sólo en la historia de Israel, sino en la del mundo.
De acuerdo con la cronología comúnmente aceptada, el templo se terminó hacia el año 1005 a. de J. C.
En cuanto a arquitectura y construcción, diseño y costo, es conocido
como uno de los edificios más extraordinarios de la historia. Los
servicios dedicatorios duraron siete días, una semana de regocijo santo
en Israel. La condescendiente aceptación por parte del Señor se
manifestó en la nube que llenó los sagrados recintos al retirarse los
sacerdotes: “porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (2 Crónicas 5:14; véase también Éxodo 40:35; 2 Crónicas 7:1–2).
Se profana el Templo de Salomón
La gloriosa preeminencia de este
espléndido edificio fue de breve duración. Treinta y cuatro años después
de su dedicación, y escasamente cinco años después de la muerte de
Salomón, empezó a decaer; y esta decadencia pronto se iba a convertir en
una corrupción general, tornándose finalmente en una verdadera
profanación. A Salomón lo habían desviado los ardides de mujeres
idólatras y su conducta indisciplinada había provocado la iniquidad en
Israel. El templo pronto perdió su santidad y Jehová retiró Su presencia
protectora del lugar que ya no era santo.
Nuevamente se permitió que los
egipcios oprimieran a Israel, de cuya servidumbre habían sido librados.
Sisac, rey de Egipto, venció a Jerusalén “y tomó los tesoros de la casa
de Jehová” (1 Reyes 14:25–26).
La obra profanadora continuó por siglos. Doscientos dieciséis años
después del saqueo egipcio, Acaz, rey de Judá, quitó el altar y la
fuente, dejando solamente una casa donde en otro tiempo había habido un
templo (véase 2 Reyes 16:7–9, 17–18; véase también 2 Crónicas 28:24–25).
Más tarde, Nabucodonosor, rey de Babilonia, acabó de despojar el templo y consumió a fuego el edificio (véase 2 Crónicas 36:18–19; véase también 2 Reyes 24:13; 25:9).
El Templo de Zorobabel
De manera que, unos seiscientos
años antes del advenimiento terrenal de nuestro Señor, Israel quedó sin
templo. Se habían tornado idólatras y completamente inicuos, y el Señor
los había rechazado junto con su santuario. El reino de Israel, en el
cual estaban comprendidas aproximadamente diez de las doce tribus, cayó
bajo el dominio de Asiria hacia el año 721 a. de J. C., y
un siglo después, los babilonios vencieron al reino de Judá. Durante
setenta años los del pueblo de Judá —conocidos como judíos desde esa
época— permanecieron en el cautiverio, tal como se había predicho (véase
Jeremías 25:11–12; 29:10).
Entonces, bajo el dominio benigno de Ciro (véase Esdras 1, 2) y Darío (véase Esdras 6),
se les permitió volver a Jerusalén y una vez más edificar un templo de
acuerdo con su fe. Para honrar al director de la obra, el templo
restaurado se conoce en la historia como el Templo de Zorobabel. A pesar
de que este templo era muy inferior en cuanto al lujo del acabado y
muebles en comparación con el espléndido Templo de Salomón, fue, no
obstante, lo mejor que el pueblo pudo edificar, y el Señor lo aceptó
como ofrenda representativa del amor y de la devoción de Sus hijos del
convenio.
El Templo de Herodes
Unos dieciséis años antes del
nacimiento de Cristo, Herodes I, rey de Judea, inició la reconstrucción
del Templo de Zorobabel, en ese tiempo decadente y virtualmente en
ruinas. Esta estructura había durado cinco siglos, e indudablemente se
había deteriorado con el tiempo.
Muchos de los acontecimientos de la
vida terrenal del Salvador se relacionan con el Templo de Herodes. Es
evidente, según las Escrituras, que aun cuando se opuso a los usos
degradados y comerciales que impusieron sobre el templo, Cristo admitió y
reconoció la santidad de sus recintos. Pese al nombre por el cual se le
hubiese conocido, para Él era la Casa del Señor.
Mientras vivía aún en la carne, nuestro Señor predijo la total destrucción del templo (véase Mateo 24:1–2; Marcos 13:1–2; Lucas 21:6).
En el año 70 de nuestra era, el templo fue completamente destruido por
fuego en la toma de Jerusalén por los romanos al mando de Tito.
Templos en la antigua América
El Templo de Herodes fue el último
templo que se erigió en el hemisferio oriental en tiempos antiguos.
Desde la destrucción de ese gran edificio hasta el tiempo del
restablecimiento de la Iglesia de Jesucristo en el siglo XIX, todo lo
que sabemos de la edificación de templos es lo que se menciona en el
Libro de Mormón, que afirma que se erigieron templos en lo que hoy es
conocido como el continente americano, pero son pocos los detalles que
tenemos en cuanto a su construcción, y menos es todavía lo que sabemos
de las ordenanzas administrativas correspondientes a estos templos
occidentales. El pueblo construyó un templo hacia el año 570 a. de J. C.,
el cual, según se nos informa, siguió el modelo del Templo de Salomón
aunque muy inferior a esa lujosa estructura en esplendidez y costo
(véase 2 Nefi 5:16).
Cuando el Señor resucitado se
manifestó a los nefitas en el continente occidental, los encontró
reunidos en los alrededores del templo (véase 3 Nefi 11:1–10).
Sin embargo, ya para el tiempo de
la destrucción del Templo de Jerusalén, no se mencionan templos en el
Libro de Mormón; y por otra parte, la nación nefita llegó a su fin unos
cuatro siglos después de Cristo. Es evidente, por tanto, que en ambos
hemisferios dejaron de existir los templos en las primeras etapas de la
Apostasía y que entre el género humano pereció el concepto mismo de un
templo, en el sentido particular.
Apostasía y Restauración
Por muchos siglos no se hizo al
Señor la ofrenda de un santuario; por cierto, parece que no se reconocía
que tal hiciera falta. Cierto es que se construyeron muchos edificios,
la mayor parte de ellos costosos y espléndidos, de los cuales algunos
fueron consagrados a Pedro y a Pablo, a Santiago y a Juan; otros a la
Magdalena y a la Virgen; pero no se construyó ni uno solo por autoridad y
nombre para la honra de Jesús el Cristo. Entre la multitud de capillas y
santuarios, de iglesias y catedrales, el Hijo del Hombre no tenía un
lugar que pudiera llamar Suyo.
No fue sino hasta que se restauró
el Evangelio en el siglo diecinueve, con sus antiguos poderes y
privilegios, cuando una vez más se manifestó el Santo Sacerdocio entre
los hombres; y téngase presente que la autoridad para hablar y actuar en
el nombre de Dios es esencial para un templo, y que el templo es nulo
sin la autoridad sagrada del Santo Sacerdocio. Por medio de José Smith
se restauró en la tierra el Evangelio de antaño y se restableció la
antigua ley. Con el transcurso del tiempo, mediante el ministerio del
Profeta, se organizó y estableció La Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días por manifestaciones de poder divino.
Foto _ Pedro Avilés Zenda - Templo de Saint George Uth |
Templos de los últimos días
Esta Iglesia, desde los primeros días de su historia, empezó a prepararse para la construcción de un templo (véase Doctrina y Convenios 36:8; 42:36; 133:2).
El primer día de junio de 1833, en una revelación dada al profeta José
Smith, el Señor ordenó la construcción inmediata de una casa santa, en
la cual Él prometió investir a sus siervos escogidos con poder y
autoridad (véase Doctrina y Convenios 95).
El pueblo respondió al llamado con buena voluntad y devoción. A pesar
de su extrema pobreza y frente a una persecución implacable, la obra se
llevó a cabo hasta su conclusión, y en marzo de 1836 se dedicó el primer
templo de la época moderna en Kirtland, Ohio (véase Doctrina y Convenios 109).
Manifestaciones divinas, comparables a las que acompañaron la
presentación del primer templo en días antiguos, caracterizaron los
servicios dedicatorios, y en ocasiones posteriores aparecieron dentro de
los recintos sagrados seres celestiales con revelaciones de la voluntad
divina para el hombre. En ese lugar nuevamente se vio y se oyó al Señor
Jesucristo (véase Doctrina y Convenios 110:1–10).
En menos de dos años desde la fecha
de su dedicación, aquellos que construyeron el Templo de Kirtland
tuvieron que abandonarlo; fueron obligados a huir por motivo de la
persecución, y con su partida el templo sagrado llegó a ser una casa
común y corriente.
La emigración de los Santos de los
Últimos Días fue primeramente a Misuri y más tarde a Nauvoo, Illinois.
No bien se hubieron acomodado en su nueva morada, se oyó la voz de la
revelación que llamaba al pueblo para que nuevamente construyera una
casa sagrada al nombre de Dios.
Aunque era evidente que se verían
obligados a huir nuevamente, y aun cuando sabían que tendrían que
abandonar el templo poco después de terminarlo, todos trabajaron con
fuerza y diligencia para completar y amueblar debidamente el edificio.
Se dedicó el 30 de abril de 1846, pero aun antes de terminarse el
edificio, ya había empezado el éxodo del pueblo.
El templo fue abandonado por
aquellos que en su pobreza y a fuerza de sacrificios lo habían erigido.
En noviembre de 1848 fue víctima de incendiarios, y en mayo de 1850 un
tornado arrasó lo que quedaba de las paredes quemadas.
El 24 de julio de 1847, los
pioneros mormones establecieron una colonia donde hoy se encuentra Salt
Lake City. Varios días después, Brigham Young, profeta y líder, indicó
un sitio en la tierra desértica y, golpeando la tierra seca con su
bastón, proclamó: “Aquí estará el templo de nuestro Dios”. Este sitio es
el que en la actualidad ocupa la hermosa Manzana del Templo, alrededor
de la cual la ciudad ha crecido. La construcción del Templo de Salt Lake
demoró cuarenta años; la piedra de coronamiento se colocó el 6 de abril
de 1892, y un año después se dedicó el edificio terminado.
Foto _ Pedro Avilés Z - - Templo de Saint George Uth |
Un mandato divino
Tanto en tiempos antiguos como
modernos, el pueblo del convenio del Señor ha considerado que la
construcción de templos es una obra que específicamente se requiere de
sus manos. Es obvio que un templo es más que una capilla o iglesia, más
que una sinagoga o catedral; es un edificio erigido en calidad de Casa
del Señor, sagrado para la más íntima comunión entre el Señor mismo y el
Santo Sacerdocio, y consagrado a las ordenanzas más altas y sagradas.
Es más, para ser en realidad un santo templo —aceptado por el Señor y
por Él reconocido como Su casa— la ofrenda debe haberse solicitado, y
tanto ésta como el que la ofrece deben ser dignos.
La Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días proclama que posee el santo sacerdocio
nuevamente restaurado en la tierra, y que está investida con la comisión
divina de erigir y conservar templos dedicados al nombre y al servicio
del Dios verdadero y viviente, y la de administrar dentro de estos
edificios sagrados las ordenanzas del sacerdocio, cuyo efecto será
vinculante tanto en la tierra como más allá del sepulcro.
Comentarios
Publicar un comentario