¿Por qué tener templos?
Templo de Manti, Uth , foto Pedro Avilés Z |
Managua Nicaragua - 11 de marzo de 2018
Norelly Learnin - Pedro Avilés
Muchos se preguntan, Por qué los Mormones levantan enormes edificios que parecen castillos? la repuesta es: Los templos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son estructuras en las que se da respuesta a preguntas eternas.
En estos hermosos días que se acelera el recogimiento de Israel, les comparto la siguiente enseñanza de un Profeta de Dios para nuestro tiempo.
"Este es un tiempo para regocijarnos y prepararnos"
¿Por qué tener templos?
Por el
presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008)
Decimoquinto Presidente de La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Los templos son lugares donde las preguntas que nos
hacemos acerca de la vida reciben las respuestas de la eternidad.
¿Ha
existido acaso algún hombre o mujer que, en momentos de serena introspección,
no haya reflexionado sobre los imponentes misterios de la vida?
Que no se
haya preguntado: “¿De dónde vine? ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué
nexos me unen a mi Hacedor? ¿Me despojará la muerte de las preciadas relaciones
que he hecho en esta vida? ¿Qué pasará con mi familia? ¿Habrá otra existencia
después de ésta y, si es así, ¿nos conoceremos allí los unos a los otros?”.
Las
respuestas a esas preguntas no se encuentran en la sabiduría humana; se hallan
sólo en la palabra revelada de Dios. Los templos de La Iglesia de Jesucristo de
los Santos de los Últimos Días son recintos sagrados donde se da respuesta a
éstos y a otros interrogantes sobre la eternidad. Cada edificio es dedicado
para ser una Casa del Señor, un lugar de santidad y de paz apartado del mundo.
En ellos se enseñan verdades y se llevan a cabo ordenanzas que dan conocimiento
sobre lo eterno y motivan a los participantes a vivir con un entendimiento de
la herencia divina que tenemos como hijos de Dios, así como con el conocimiento
de nuestro potencial como seres eternos.
Entre todos los edificios religiosos, los templos
son únicos en propósito y función
Estos
edificios, a diferencia de los miles de centros de adoración regulares que
posee la Iglesia en todo el mundo, son exclusivos en propósito y función de
cualquier otro edificio religioso. Lo que los distingue no es su tamaño ni su
belleza arquitectónica, sino la obra que se lleva a cabo dentro de ellos.
El
designar ciertos edificios para ordenanzas especiales, distintas de las que se
efectúan en los lugares de adoración regulares, no es algo nuevo, puesto que se
practicaba en el antiguo Israel, cuando el pueblo adoraba regularmente en las
sinagogas. El lugar más sagrado que tenían era, en principio, el tabernáculo en
el desierto, con el Lugar Santísimo; y posteriormente, una serie de templos en
donde se efectuaban ordenanzas especiales en las que sólo los que reunían los
requisitos establecidos podían participar.
Lo mismo
ocurre en nuestros días. Antes de la dedicación de un templo, La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días invita al público a visitar el
edificio y mirar de cerca sus diversas instalaciones. Pero, una vez que se
dedica, se convierte en la Casa del Señor, investida de un carácter tan sagrado
que sólo a los miembros dignos y fieles de la Iglesia se les permite entrar. No
se trata de algo secreto, sino de algo sagrado.
La obra del templo se ocupa de cada uno de nosotros
como miembros de la familia eterna de Dios
La obra
que se lleva a cabo dentro de los templos presenta los propósitos eternos de
Dios para con el hombre, que es Su progenie y creación. En su mayor parte, la
obra del templo concierne a la familia, a cada uno de nosotros como miembros de
la familia eterna de Dios y como miembros de una familia terrenal. Además,
concierne a la naturaleza santa y eterna del convenio del matrimonio y de las
relaciones familiares.
Esta obra
testifica que todo hombre y toda mujer que nace en este mundo es hijo o hija de
Dios, investido con una porción de Su naturaleza divina. La repetición de estas
enseñanzas básicas y fundamentales surte un efecto benéfico en los que las
reciben, porque, al enunciarse la doctrina en un lenguaje hermoso y solemne, el
participante llega a comprender que, por ser todo hombre y toda mujer hijos del
Padre Celestial, entonces todos somos miembros de una familia divina y, por lo
tanto, toda persona es su hermano o hermana.
Cuando el
escriba le preguntó a Jesús: “¿Cuál es el primer mandamiento de todos?”, el
Salvador le respondió: “Amarás… al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas; éste es el principal
mandamiento.
“Y el
segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:28, 30–31).
Las
enseñanzas que se imparten en los templos modernos hacen hincapié en este
concepto tan fundamental del deber que tenemos para con nuestro Hacedor y para
con nuestro prójimo. Las ordenanzas sagradas amplían este concepto ennoblecedor
de la familia de Dios y enseñan que el espíritu que hay en cada uno de nosotros
es eterno, a diferencia del cuerpo, que es mortal. Estas ordenanzas no sólo
hacen comprender mejor esas grandes verdades, sino que también motivan al
participante a amar a Dios y a demostrar mayor cordialidad hacia los demás
hijos de nuestro Padre.
El
aceptar el concepto de que toda persona es hijo de Dios nos hace ver que hay un
propósito divino en esta vida mortal; esta verdad revelada también se enseña en
la Casa del Señor. La vida terrenal forma parte de un peregrinaje eterno;
vivimos como hijos espirituales antes de venir a la tierra, y las Escrituras
dan testimonio de ello. La palabra del Señor a Jeremías testifica: “Antes que
te formase en el vientre, te conocí; y antes que nacieses, te santifiqué; te di
por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5).
Las preciadas relaciones de la vida familiar pueden
continuar en el mundo venidero
Venimos a
esta vida como hijos de padres mortales y miembros de una familia. Los padres
son copartícipes con Dios en la obra de llevar a cabo Sus propósitos eternos
con respecto a Sus hijos. Por consiguiente, la familia es una institución
divina, la más importante tanto en la mortalidad como en la eternidad.
Gran
parte de la obra que se realiza en los templos tiene que ver con la familia. Para
comprender su significado, es esencial reconocer el hecho de que al igual que
existimos como hijos de Dios antes de nacer en este mundo, así también
continuaremos viviendo después de la muerte, y que las preciadas y gratas
relaciones de la mortalidad, de las cuales las más hermosas y significativas se
encuentran en el seno familiar, continuarán en el mundo venidero.
Cuando un
hombre y una mujer se casan en la Casa del Señor, son unidos no sólo por el
tiempo que dure su vida mortal, sino por toda la eternidad. Están ligados no
sólo por la autoridad de la ley del país que los une hasta la muerte, sino
también por el eterno sacerdocio de Dios que ata en los cielos lo que se ata en
la tierra. Los cónyuges que se hayan casado de esa manera cuentan con la seguridad
que da la revelación divina de que el vínculo que los une el uno al otro y a
sus hijos no terminará con la muerte, sino que continuará por la eternidad,
siempre que vivan dignos de tal bendición.
¿Ha
habido algún hombre que verdaderamente amó a una mujer, o una mujer que
verdaderamente amó a un hombre, que no oró para que su relación continuara más
allá de la tumba? ¿Ha habido padres que al enterrar a un hijo no hayan anhelado
recibir la seguridad de que éste volvería a pertenecerles en el más allá? ¿Puede
alguien que crea en la vida eterna, dudar de que Dios concedería a Sus hijos e
hijas el atributo más preciado de esta vida, que es el amor que halla su
expresión más viva en las relaciones familiares? No. La razón exige que esas
relaciones familiares continúen después de la muerte. El corazón humano las
anhela y el Dios de los cielos ha revelado la manera de lograrlo. Las
ordenanzas sagradas de la Casa del Señor proporcionan ese medio.
Las bendiciones del templo están al alcance de
todos
Pero todo
eso parecería muy injusto si las bendiciones de esas ordenanzas sólo estuvieran
al alcance de los que ahora son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días. Lo cierto es que la oportunidad de asistir al
templo y de participar de sus bendiciones está al alcance de todo aquel que
acepte el Evangelio y se bautice en la Iglesia. Por ese motivo, la Iglesia
lleva a cabo un vasto programa misional en gran parte del mundo, y continuará
expandiéndolo tanto como sea posible, porque tiene la responsabilidad, delegada
por revelación divina, de enseñar el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y
pueblo.
Sin
embargo, hay incontables millones de personas que han vivido en esta tierra que
nunca han tenido la oportunidad de escuchar el Evangelio. ¿Se les negarán acaso
las bendiciones que se ofrecen en los templos del Señor?
Estas
mismas ordenanzas están disponibles para los que han partido de la mortalidad
por medio de representantes vivos que las reciben en nombre de los que han
muerto. En el mundo de los espíritus, esas mismas personas tienen la libertad
de aceptar o rechazar las ordenanzas terrenales que se hayan efectuado por
ellas, entre las que se encuentran el bautismo, el matrimonio y el sellamiento
de los parentescos familiares. En la obra del Señor no existe la compulsión,
pero sí la oportunidad.
La obra del templo es una labor de amor por parte
de los vivos en beneficio de los muertos
Esta obra
vicaria constituye una labor de amor sin precedentes por parte de los vivos
para el beneficio de los que han muerto. Para llevar a cabo la labor de esta
obra vicaria es necesario realizar una vasta investigación de historia familiar
a fin de buscar el nombre y los datos de los que vivieron antes que nosotros.
Con objeto de ayudar en esta investigación, la Iglesia coordina un programa de
historia familiar y se ocupa del mantenimiento de instalaciones de
investigación de historia familiar que no tienen comparación en el mundo. Sus
archivos genealógicos están abiertos al público, y muchas personas que no son
miembros de la Iglesia los han utilizado para buscar datos de sus antepasados.
Este programa ha recibido el elogio de genealogistas de todas partes del mundo,
y varias naciones lo han empleado para salvaguardar sus propios registros. Pero
su propósito principal es poner a disposición de los miembros de la Iglesia las
fuentes de consulta necesarias para buscar el nombre y los datos de sus
antepasados y hacerles llegar las bendiciones de las que ellos mismos gozan. De
hecho, muchos piensan: “Si yo quiero tanto a mi cónyuge y a mis hijos que deseo
tenerlos conmigo eternamente, quizás mis abuelos, bisabuelos y otros
antepasados tengan el mismo anhelo. Entonces, ¿por qué no han de tener ellos la
oportunidad de recibir estas mismas bendiciones eternas?”.
Los templos brindan la oportunidad de aprender
sobre las cosas verdaderamente importantes de la vida
Y por
ello, estos sagrados edificios son escenarios de una enorme actividad que se
lleva a cabo silenciosa y reverentemente. Nos recuerdan parte de la visión de
Juan el Revelador en la cual está registrada una pregunta en particular y su
respuesta: “Éstos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde
han venido?
“Éstos
son los que han salido de la gran tribulación; y han lavado sus ropas y las han
blanqueado en la sangre del Cordero.
“Por esto
están delante del trono de Dios y le sirven día y noche en su templo” (Apocalipsis 7:13–15).
Los que
asisten a estas casas santas se visten de blanco para participar en ellas. Van
únicamente con la recomendación de sus autoridades eclesiásticas locales, que
han certificado su dignidad. Se espera que, para entrar en el templo de Dios,
vayan con pensamientos puros, limpios de cuerpo y con ropas limpias. Al entrar,
es preciso que dejen atrás el mundo y se concentren en las cosas divinas.
Esta
labor, si así se la pudiera llamar, lleva en sí su propia recompensa; porque en
estos tiempos de tensión, ¿quién no recibiría con los brazos abiertos la
posibilidad de alejarse del mundo y entrar en la Casa del Señor, para meditar
allí serenamente sobre las cosas eternas de Dios? Estos recintos sagrados
ofrecen la oportunidad, que no se encuentra en ningún otro lugar, de aprender y
meditar sobre los conceptos verdaderamente importantes de la vida: nuestra
relación con la Deidad y nuestra jornada eterna desde un estado premortal a
esta vida y luego a un estado futuro en el que nos reconoceremos los unos a los
otros y estaremos juntos, incluso con nuestros seres queridos y con nuestros
antepasados que nos han precedido y de quienes hemos heredado todo lo
pertinente al cuerpo, a la mente y al espíritu.
En los templos se nos da la promesa de las
bendiciones eternas de Dios
Ciertamente,
estos templos se destacan como únicos entre todos los edificios. Son casas de
instrucción, lugares de convenios y promesas. En sus altares nos arrodillamos
ante Dios, nuestro Creador, y se nos prometen Sus bendiciones sempiternas. En
la santidad de sus salas nos comunicamos con Él y reflexionamos sobre Su Hijo,
nuestro Salvador y Redentor, el Señor Jesucristo, que sirvió como representante
de cada uno de nosotros en el sacrificio vicario que llevó a cabo en nuestro
beneficio. En ese lugar, dejamos a un lado el egoísmo y servimos a aquellos que
no pueden participar por sí mismos. En esos recintos, con el verdadero poder
del sacerdocio de Dios, se nos liga en la más sagrada de todas las relaciones
humanas: como marido y mujer, como padres e hijos, como familia, con un
sellamiento que el tiempo no puede destruir y que la muerte no puede truncar.
Estos
edificios sagrados se construyeron aun en tiempos difíciles cuando los Santos
de los Últimos Días sufrían una persecución implacable. Se han construido y
mantenido tanto en épocas de pobreza como en tiempos de prosperidad. Provienen
de la fe vital de un número cada vez mayor de personas que testifican del Dios
viviente, del Señor resucitado, de los profetas y de la revelación divina, así
como de la paz y seguridad de las bendiciones eternas que sólo se encuentran en
la Casa del Señor.
Adaptado
de Tambuli, junio de 1992, págs. 3–8
En las
enseñanzas que se imparten en los templos modernos se hace hincapié en el deber
que tenemos para con nuestro Hacedor y para con nuestro prójimo.
En un
lenguaje hermoso y solemne, el participante llega a comprender que, por ser
todo hombre y toda mujer hijos del Padre Celestial, entonces todos somos
miembros de una familia divina.
La razón
exige que esas relaciones familiares continúen después de la muerte. El corazón
humano las anhela y el Dios de los cielos ha revelado la manera de lograrlo.
Las ordenanzas sagradas de la Casa del Señor proporcionan ese medio.
¿Puede
alguien que crea en la vida eterna, dudar de que Dios concedería a Sus hijos e
hijas el atributo más preciado de esta vida, que es el amor que halla su
expresión más viva en las relaciones familiares?
Estas
mismas ordenanzas están disponibles para los que han partido de la mortalidad,
por medio de representantes vivos que las reciben en nombre de los que han
muerto.
Ciertamente,
estos templos se destacan como únicos entre todos los edificios. Son casas de
instrucción, lugares de convenios y promesas. En sus altares nos arrodillamos
ante Dios, nuestro Creador, y se nos prometen Sus bendiciones sempiternas.
Estos
edificios sagrados, que se han construido y mantenido en épocas de pobreza como
en tiempos de prosperidad, provienen de la fe vital de un número cada vez mayor
de personas que testifican del Dios viviente y del Señor resucitado.
- Fuente: Liahona
Octubre 2010 ¿Por qué tener templos? - presidente Gordon B. Hinckley
- Norelly Learning – Pedro Avilés
Z
Comentarios
Publicar un comentario