EL VALOR DE UN PUEBLO
Managua, Nicaragua
01 de junio de 2017
01 de junio de 2017
El tratar de complacer a los demás antes de complacer a
Dios es invertir el orden de los primeros dos grandes mandamientos.
“¿Hacia dónde miras?”
“Un Setenta, no representa al pueblo ante el profeta, sino
al profeta ante el pueblo.
¡Nunca te olvides hacia donde
miras!”
Cuando las personas tratan de quedar
bien con los hombres, involuntariamente quedan mal con Dios. El pensar que se puede complacer a Dios y
al mismo tiempo justificar la desobediencia de los hombres no es neutralidad
sino duplicidad, o tener dos caras
o tratar de “servir a dos señores” (Mateo 6:24; 3 Nefi 13:24)
- Nacido 1935 Ixelles, Bélgica
- Casada con Lucie Lodomez; dos niños
- Presidente de la Misión
Francia-Suiza
- Primer Quórum de los Setenta
1975-presente
- Presidencia de los Setenta
1992-1995
- Presidente General de la
Escuela Dominical 1994-1995
- Recordado a la Presidencia
de los Setenta 2001-2007
- Estado emérito otorgado en
octubre de 2009
Élder Charles A. Didier del Primer Quórum de los Setenta
Durante mi última mudanza, encontré un libro de apuntes que había
pertenecido a uno de mis estudiantes de Derecho Internacional, en cuya cubierta
yo había escrito en grandes letras una cita de Aristige Briand, recipiente del
Premio Nobel de la Paz, y uno de los promotores de la disuelta Liga de las
Naciones. La cita dice: "Las instituciones poseen el valor
exacto de los individuos que las constituyen".
Muchas veces he meditado acerca de esta verdad al estudiar o trabajar con diversas compañías, gobiernos y aun instituciones religiosas. Pensé que, usando la misma analogía, yo podría decir que el valor de un país depende de los valores mantenidos por sus ciudadanos, y que se elevará y declinará de acuerdo a los deseos del pueblo.
Muchas veces he meditado acerca de esta verdad al estudiar o trabajar con diversas compañías, gobiernos y aun instituciones religiosas. Pensé que, usando la misma analogía, yo podría decir que el valor de un país depende de los valores mantenidos por sus ciudadanos, y que se elevará y declinará de acuerdo a los deseos del pueblo.
Un pueblo, un país, ha hecho más por la humanidad que cualquier
otra nación en toda la historia, debido a los deseos virtuosos de su gente.
Permitidme hoy celebrar con vosotros el bicentenario de la creación de este
país, nación que posee una Constitución divinamente inspirada; y que dé loas (alabanzas) al
Señor con vosotros por lo que sus hijos han sido, son y serán.
Recuerdo haber oído en mi niñez historias acerca de la generosidad
americana, relatadas por mi abuelo mientras me tenía sentado sobre sus
rodillas. Con voz dulce y quebrantada me explicaba cómo impidieron los
estadounidenses que miles de personas perecieran de inanición al fin de la
Primera Guerra Mundial.
Recuerdo que en mi adolescencia pensaba en los sacrificios del
pueblo de los Estados Unidos, al pasar montado en mi bicicleta frente a los
cementerios que había no lejos de mi casa, y contemplar silenciosamente las
miles de cruces blancas que en. Ordenadas hileras, marcaban el sitio del último
reposo de aquellos que dieron su vida para que la mía fuera libre.
Me acuerdo de aprender, como estudiante, cómo nuestros países
europeos mantuvieron su libertad económica gracias al plan del General
Marshall; cómo nuestros países mantuvieron su independencia, como tantas otras
naciones en el mundo azotadas por desastres de la naturaleza fueron ayudadas y
rescatadas de la miseria.
Recuerdo, que ya siendo un joven, recibimos en mi casa a otros dos
jóvenes, (curiosamente, todos tenían el mismo nombre de pila: ¡élder!). Ellos
presentaron a nuestra familia el Libro de Mormón, evidencia divina del amor y
la solicitud del Señor por sus hijos. Ellos nos declararon el mensaje de la
restauración del evangelio, la divinidad de Cristo, la divinidad de la misión
de José Smith, y la divinidad de la Iglesia. Ese mensaje y el ferviente deseo
de estos jóvenes a responder al llamado de un Profeta, cambiaron nuestra vida.
Recuerdo, como padre y como poseedor del sacerdocio, cómo gracias
a ejemplos de caridad, de sacrificio, de amor, de dedicación, de trabajo, yo
aprendí la lección de que la fuente de todas las bendiciones es Dios, porque
las bendiciones provienen de la obediencia a sus mandamientos.
Ahora veo los frutos de las semillas plantadas por los misioneros.
Al visitar las misiones y estacas de Europa, y quisiera compartir algunos de
ellos con vosotros.
Vi el fruto de compartir el evangelio y de llamar a cada joven
como misionero al escuchar a un joven misionero español expresar su testimonio
en Italia; al oír a otro élder recientemente llamado de la estaca de París,
decir a su presidente de misión con lágrimas en los ojos, que él y su compañero
habían enseñado cinco discusiones la noche anterior en un idioma que hasta tres
semanas atrás, les había sido completamente extraño.
Vi los frutos de aceptar el mensaje de un profeta inspirado por el
Señor, al instar a "alargar el paso", cuando
escuché a un líder misionero de una rama en Bruselas decir a sus compañeros en
el sacerdocio, que a él le deleitaba saber que quince familias estaban prontas
para ponerse en contacto con nuevas familias e invitarlas a sus casas para que
los misioneros les enseñaran.
Vi los frutos del sacrificio, al observar a presidentes de
distrito esforzándose para obtener mejores resultados en todas las actividades
y programas, a fin de cumplir con los requisitos para convertir sus distritos
en estacas.
He visto los frutos dc la labor y dedicación al contemplar cientos
de miembros yendo al templo, haciendo preparativos para las conferencias de
área, edificando el Reino con un afán renovado de servir a sus semejantes. Una
lista completa de los frutos sería muy larga, pero vosotros debéis saber que la
semilla cayó en tierra fértil y está produciendo frutos cada vez más buenos.
Sí, yo recuerdo lo que vosotros hicisteis, y conmigo lo recuerdan
millones de personas que buscaban la luz del ejemplo y la verdad. Este día ya.
Pertenece al pasado para muchos, y el mañana está lleno de incertidumbre. Hoy,
aún podemos cambiar el mañana, pero ¿qué
clase de sociedad estamos construyendo? ¿Qué clase de mundo vamos a tener, si
nosotros, como un pueblo entero, no nos defendemos contra los asaltos del mal?
Moroni rasgó un trozo de su vestimenta sobre el cual escribir, para evitar que
su gente cayera en la esclavitud: "En memoria de nuestro Dios, de nuestra
religión, de nuestra paz; de nuestras esposas y nuestros hijos." (Alma
46:12).
Dije
al comenzar que el valor de una nación depende de los valores de sus hijos.
Para el pueblo de Dios, para el pueblo que desea paz para sus mujeres y sus
hijos, existe sólo un camino, una Iglesia, un Señor.
El camino
es el del arrepentimiento y la obediencia a los mandamientos del Señor y el de
ser ejemplo para el resto de las naciones, como un pueblo que hace la voluntad
del Señor.
La
Iglesia es la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, restaurada
por el
Profeta
José Smith. El Señor es el Señor Jesucristo, de quien se ha dicho: " . . . y no hay otro nombre dado, en el cual el hombre pueda ser salvo."
( D. y C'. 18:23.)
Esto
es verdad eterna y "lo que fuera más que esto o menos que esto es el espíritu de
aquel inicuo que fue mentiroso desde el principio" (D. y C. 93:25).
Hoy,
este día, en la escuela, en la oficina, doquiera que estemos, la elección entre
la verdad y el mal se nos presentará en varias formas diferentes, periódicos,
afiches, personas, radio, televisión, conversaciones, y la elección mental
tiene que hacerse concreta por medio de la aceptación o el rechazo, por dictar
nuestras propias reglas u obedecer las de otros, por medio de consejo y la
persuasión.
¿Cuáles
son los sentimientos que van a determinar esta elección diaria?
¿Amor,
pasión, temor, valor, orgullo, desidia, voluntad? ¿Están estos sentimientos de acuerdo
con nuestra fe y nuestro testimonio`? La clave
de la contestación justa la recibimos de un Padre amante.
"El que guarda mis
mandamientos recibe verdad y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe
todas las cosas." (D. y C". 93:38.)
La
obediencia a los mandamientos debe ser la única y esencial consideración cuando
debemos escoger una alternativa, y esto a su vez determinará nuestra vida
eterna. Como Alma lo expresó muy claramente:
·
"No debería, en mis
deseos, deshacer los firmes decretos de un Dios justo, porque sé que él concede
a los hombres según sus deseos, ya sea para muerte o para vida; sí, sé que él
reparte a los hombres según la voluntad de éstos, ya sea para salvación o
destrucción.
Sí, y
sé que el bien y el mal están ante todos los hombres; y quién no conoce el bien
y el mal, no es culpable; mas al que distingue el bien y el mal le es dado
según sus deseos, sea que busque el bien o el mal, la vida o la muerte, el gozo
o el remordimiento de conciencia." (Alma29:4,
5.)
Recordemos
la exhortación: "Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra; Servid a
Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo.
Reconoced
que Jehová es Dios; Él nos hizo, y
no nosotros a nosotros mismos;
Pueblo
suyo somos, y ovejas de su prado. (Salmos
100:1-3.) El futuro del mundo está en las manos del hombre, y el seguir hoy
a un Profeta viviente va a determinar nuestra salvación.
Es mi
oración que cada uno de nosotros nos re dediquemos completamente, para que
seamos recordados para siempre jamás como el pueblo que quiso servir al Señor.
En el nombre de Jesucristo. Amén.
Fuente: Discursos de Conferencias Generales 1976/1978 pág. 71-72 - Élder Charles A. Didier del Primer Quórum de los Setenta
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