“Cuando se silencia a un pueblo este responde con la violencia”

Managua, Nicaragua . 28 de mayo de 2018
Norelly Learning - Pedro Avilés Z  




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La historia que les presento a continuación fue publicada por el Diario La Nación y se asemeja a nuestra historia; historia que se repite en cierto ciclo de la vida.

Si cuarenta años no es nada, no sé lo que diríamos si sucediera cada veinte.

Pero vemos en nuestra sufrida Nicaragua, el Nepotismo viviente, la concentración de poderes en una familia que aspira a un Virreinato vitalicio sumiso al Imperio Ruso y a otras naciones similares.

Lo místico y lo religioso se mezclan para adornar la sumisión de sus adeptos, con solo la intención de aferrarse al poder a cualquier costo.

ES UN SOLO CUENTO, PERO AQUÍ… ES REAL



El viejo cuento autoritario
“Cuando se silencia a un pueblo este responde con la violencia”
LA NACION, COSTA RICA - 3 agosto, 2011
Había una vez un Gobierno al que no le gustaba la crítica. Y no solo eso: la perseguía, la atosigaba y condenaba a sus críticos. Mientras el país se debatía en sus dramas cotidianos, el mandatario libraba una reiterada batalla contra los medios. A estos acusaba de sembrar la desunión y de tergiversar sus actos en favor de la patria.
Al principio, los contestaba en los horarios pagados por incluso aquellos que lo cuestionaban. Distribuía avisos entre los leales, amenazaba con cerrar la boca a quienes siguieran cuestionando su “democracia popular”.
La estrategia le funcionaba bien. La gente se distraía en estos ditirambos retóricos y al gobernante le era útil encontrar todos los días alguien a quien cuestionar o zaherir. Él estaba por encima de todo. Daba lecciones de buenos modales, al tiempo que escupía odio y resentimientos con palabras hirientes y gestos brabucones.
Su poder y él eran impunes, los demás: no. Era su lucha por un “país mejor”, según él, pero que en realidad no pasaba de ser un sainete bien montado que encubría sus verdaderos propósitos.
Fondo autoritario. No se podía jugar a ser demócrata de boquillas cuando en el fondo se era profundamente autoritario. Los poderes del Estado se concentraban en sus manos mientras apuraba leyes para cercenar todas las libertades posibles. Había que apurar el control único, el que podía colocar de rodillas a un pueblo que alguna vez creyó en la redención de su causa de la mano de un virulento y destornillado jefe de Estado.
No era suficiente con utilizar los fondos públicos para financiar a “la prensa amiga”, había que ahogar a las demás por todos los medios a mano de manera a asfixiarlas económicamente y producir su cierre.
El pueblo no era completamente tonto. Siguió creyendo en ellos y financiándolos con la adquisición de sus ejemplares, la fidelidad a sus programas de radio y televisión. Pero un día de esos, el mandatario decidió sacarse el antifaz de demócrata y arremetió contra quienes lo cuestionaban y criticaban. Pidió a la justicia cómplice la pena más severa. “Cárcel e indemnización”, gritó a voz en cuello mientras miraba a su alrededor para buscar actitudes serviles de esa corte que todo autócrata gusta reunir y reunirse.
El proceso judicial fue una farsa como lo es cualquier institución en un país donde el poder político no tiene contrapeso. La sentencia fue cruel, injusta y por sobre todo denigrante a la libertad de expresión y de prensa. Todos lo cuestionaron pero él se marchó a alguna isla cercana a entonar un par de canciones con un trío desafinado en democracia y reacio a la libertad. Al pueblo solo le quedó resistir.
Ahora vendrán por ellos, por cada uno que intente levantar una voz crítica. ¿Si han podido con el que más, porque no vendrán por los que menos?, preguntó al pasar un ciudadano juicioso que veía caer de nuevo la noche autoritaria sobre su país.
El mundo condenó al presidente devenido en tirano y este repudió los ataques afirmando que lo hacían contra su país y que él era el mejor intérprete de sus profundos valores nacionales.
Citó un par de héroes nacionales para justificarse.
Lo cierto es que, al final de todo, el tirano destituido por la ira popular se preguntaría por qué nadie le había dicho que, cuando se acalla a un pueblo, el único camino que le queda es la violencia en la que pierden todos, incluido él.
FUENTE: LA NACION, COSTA RICA - 3 agosto, 2011


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