QUIÉN NO RECUERDA " EL CIRCO FIRULICHE" UN HOMBRE HECHO HISTORIA

Managua Nicaragua - 05 de febrero de 2018
Norelly Learning -  Pedro Avilés Z

RELATO No.1 - EL PAYASO  EL "GRAN FIRULICHE".

Referencia:  El genial payaso Firuliche captado por la lente de Celeste González

Cuando era niño escuche a mi madre repetidamente hablar del CIRCO FIRULICHE... aunque nunca tuve la oportunidad de verle actuar, pero si, conocí de su popularidad y fama en  todo el territorio nacional.

Su verdadero nombre era Eugenio Salvador Chávez Barillas ( FIRULICHE), quién murió en San Salvador en el año 1992, se casó con Juana Rodríguez quién falecío en el 2014 y tuvieron según investigación varios hijos, como referencia Marina Chávez, quién murió en el 2015.

Cuentan que por aquellos años era muy difícil no tener presente como niño al GRAN CIRCO FIRULICHE, creaba algaribilla, y viajaba con su humor de payaso a todas los pueblos del país, se cuentan tantas historias que es imposible de relatar, pero si les digo que se presentó en:
  • Somoto - Matagalpa - Granada - Rivas - San Juan del Sur - León etc. y
  • Centro América.
Firuliche cantaba; Estuvo de moda en aquella época “Noches playeras”, un bolero popular de Los Tres Ases y lo acompañaba una “orquesta” de trompeta, bongo y acordeón. Su esposa y su hija Marina eran parte del show, acróbatas de la cuerda floja y contorsionista, pero también se habla de otra hija de la pareja, Francia, una mujer muy bella, quien mucho después como gran parte de las mujeres de su época le confesó a Carlos Mejía Godoy que Rafael Gastón Pérez le había compuesto Sinceridad.
Otra canción que le gustaba cantar era CON REAL Y MEDIO y ya no digamos, Ay…! soldado soldado soldado no te apartes de mi lado” Otra canción era la del ” Golpe del bijagua yo la bailo así! Y se ponía a bailar mejor que Cantinflas
FIRULICHE, FUE UN HOMBRE NICARAGÜENSE QUE HIZO HISTORIA... NO OLVIDEMOS SU LEGADO.
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Dicen que entraba al pueblo a hurtadillas.  Nunca nadie lo vio llegar.  De repente, el aroma que llegaba desde los cafetales empezaba a mezclarse con un extraño olor que a veces parecía el de animales hacinados, a veces el de trapos húmedos y a veces el de sudor. 

Las viejas, que tenían un olfato privilegiado, inmediatamente comenzaban a decir: -huele a circo. 

Los únicos sorprendidos éramos los niños.  Era época de vacaciones en la escuela y la quietud en las calles se rompía cuando una voz amplificada por un megáfono metálico, grande como un embudo de aljibe, empezaba a exclamar: “Llegaron los payasos, llegaron los trapecistas, llegó el circo, llegó la alegría”. 

Luego se iniciaba una procesión al ritmo de una mínima banda en donde predominaba un saxofón y que era encabezada por un equilibrista montado en unos gigantescos zancos; luego venía toda la troupe y en el centro, como un rey, desfilaba con la frente en alto y sacando pecho el gran Firuliche, figura central del espectáculo y propietario del circo más famoso de Nicaragua.   

En un momento el cortejo se multiplicaba con la muchachada que felizmente seguía a los payasos y recorría las principales calles del pueblo, ante las miradas, a veces complacientes a veces desconfiadas, de las amas de casa que dejaban sus tareas para salir a observarlo.  Los señores por su parte se mostraban entusiasmados al ver a las sensuales “rumberas”, bailarinas que siguiendo los pasos de Tongolele y Ninón Sevilla, vistiendo minúsculas vestimentas vistosamente adornadas, se contorsionaban frenéticamente al ritmo de mambos o merengues. 

La llegada del circo despertaba una serie de mitos y leyendas que circulaban de pueblo en pueblo, como el disparate de que si alguien asistía a la función con la camisa al revés, el trapecista irremediablemente se caía.  También se hablaba de que el burro Torcuato, compañero inseparable de Firuliche, era en realidad un jovenzuelo a quien un brujo había convertido en animal.  Otros hablaban de una “rumbera” que a mitad de su danza había entrado en trance y poseída por un espíritu maligno se había despojado de su vestimenta, quedando en traje de Eva, ante la mirada atónita de la audiencia y la lascivia de los señores, hasta que el maestro de ceremonias intervino tapándola con una alfombra. 

Mi asistencia a la función del circo era motivo de un extenso debate en mi casa, en donde mis abuelos y mis padres discutían sobre el pulguero que desataban los animales, el vocabulario non sancto de los payasos, el erotismo de las “rumberas”, lo insalubre de la carpa y temas aledaños; sin embargo al final siempre obtenía la visa de salida y el dinero para la entrada, no sin antes recibir una batería de recomendaciones. 

El circo se instalaba en un solar ubicado una cuadra al este de lo que hoy es la entrada principal del Ave María College.  A pesar de que San Marcos no era una plaza tan apetecible como Jinotepe, el circo lograba una aceptable asistencia.  

Nos situábamos estratégicamente en las tablas que servían de butacas y esperábamos impacientes el inicio del espectáculo. Durante cerca de dos horas observábamos atentos los atrevidos actos de los trapecistas, los bailes sensuales de las “rumberas”, las acrobacias de un personaje cuyo nombre no logro recordar, pero que era el as de la rola-rola, los actos sorprendentes de un prestidigitador, la actuación de la gran Tulita que con los dientes maniobraba unas sillas de madera, las cuales pasaba por encima de su cabeza y las disparaba metros atrás de su escultural figura.  

No obstante, lo más esperado era la aparición de Firuliche y sus payasos, entre los que recuerdo a Rabanito, Zocotropo y Pochi Pochi.  

Firuliche robaba la atención de toda la audiencia con sus chistes y sus actuaciones con el burro Torcuato, que era tan listo que todos creían lo del cuento del muchacho embrujado y si todavía estuviera vivo, ya la UNI le hubiera concedido un honoris causa.  

Sus canciones provocaban interminables risas del auditorio, en especial la que hablaba de una bicicleta, aunque nunca supe si eran parodias u originales.  

Salíamos contentos de la función y por muchos días era el tema obligado entre la gente del pueblo, cada quien relatando aquello que más le había impresionado.  La alegría que nos traía el circo nos duraba al menos hasta la entrada a clases. 

Después de una semana, de la misma forma en que llegaba, así también desaparecía el circo de Firuliche.  Una mañana amanecía el solar vacío y nadie más volvía a saber del circo hasta el año siguiente.  

En una ocasión, cuando el circo llevó el espectáculo de la Gran Tulita, un maestro del pueblo llamado Camencho se enamoró perdidamente de la acróbata y desapareció del mapa.  

Dicen que anduvo de ayudante, luego de equilibrista y lo llamaban el "-Sultán del trapecio", el caso es que muchos años después, cuando corrieron los rumores de que la Gran Tulita se había desnucado, regresó al pueblo y nadie logró arrancarle la verdad sobre su estancia en el circo.  

Otro año, Melba Quant, también se perdió y cuentan que la vieron de trapecista cuando el circo llegó a Estelí. 

Creo que es difícil concebir la niñez de muchos nicaragüenses sin la presencia de Firuliche, la ilusión que provocaba su circo y la alegría que momentáneamente pero a manos llenas le llevaba al pueblo. 

Es la fecha y todavía algunos nicaragüenses reflejan instintivamente el espíritu de Firuliche, ocurriendo con mayor frecuencia en el mundo de la política.  

A veces su traje, que parecía  donado por el Salvation Army, invitaba a mirarle a los pies, para ver si calzaba aquellos zapatotes combinados del inolvidable payaso.  Cuando era entrevistado por los medios de comunicación, respondía con una canción o con una anécdota que no venía al caso, presumiendo además de una memoria prodigiosa al inventar datos y despetarlos con el mayor desparpajo con el detalle de cinco decimales, poniendo a “parir chayotes” al departamento de estadísticas, que hacía malabares para que los medios no descubrieran el “tapazo”.  

Se hacía acompañar de un tipo que hacía de su comparsa y que en ocasiones me hacía evocar al espectáculo con Torcuato.  También era todo un show ver los rostros incrédulos de los representantes de la cooperación internacional, durante sus pintorescas intervenciones.  Esto nos enseña que no es lo mismo un payaso que administró bien su circo que un Ministro bien payaso que creía estar en un circo.  

Ahora que tengo la oportunidad de ver por la televisión el tremendo espectáculo del Cirque du Soleil, que me deja atónito, recuerdo con más cariño aquel circo de carpa remendada, piso de tierra, asientos de tabla de madera y si me dieran a escoger entre una entrada VIP al Cirque y volver a ver a Firuliche (el original), sin pensarlo mucho elegiría a este último.  

Fuente: Los hijos de septiembre, otros,.
Norelly Learning -  Pedro Avilés Z. 


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