Ver el fin desde el principio
Ver el fin desde el principio
Presidente Dieter F. Uchtdorf Segundo Consejero de la Primera Presidencia |
Mis queridos
hermanos, me siento humilde y a la vez maravillosamente bien de estar
con ustedes en esta reunión mundial de poseedores del sacerdocio. Les
amo y les admiro. Es un honor formar parte de este grupo. Los saludo a
ustedes que tienen la autoridad de actuar en el nombre de Dios y de
efectuar las ordenanzas que son una fuente vital de fortaleza y energía
eternas para el bienestar de la humanidad.
Hoy
me dirijo a ustedes, maravillosos jóvenes que se preparan para ejercer
una influencia positiva en el mundo, a ustedes que han sido ordenados al
Sacerdocio Aarónico y a ustedes que ya han recibido el sagrado
juramento y convenio del Sacerdocio de Melquisedec. El sacerdocio que
poseen es una prodigiosa fuerza para el bien. Viven en una época de
grandes desafíos y oportunidades. En calidad de hijos espirituales de
padres celestiales, tienen la libertad de tomar las decisiones
correctas, pero ello requiere una labor ardua, autodisciplina y una
actitud optimista, lo cual les brindará gozo y libertad tanto ahora como
en el futuro.
El Señor le dijo a
Abraham: “Jehová es mi nombre, y conozco el fin desde el principio; por
lo tanto, te cubriré con mi mano” (Abraham 2:8). Mis jóvenes amigos, hoy
les digo que si confían en el Señor y le obedecen, Su mano estará sobre
ustedes, Él les ayudará a alcanzar el gran potencial que ve en ustedes y
les ayudará a ver el fin desde el principio.
Permítanme
contarles una experiencia de mi niñez. Cuando tenía once años, mi
familia tuvo que salir de Alemania del Este y comenzar una nueva vida de
la noche a la mañana en Alemania del Oeste.
Mientras mi padre lograba
volver a ejercer su profesión como empleado de gobierno, mis padres
operaron una pequeña lavandería en el pueblecito donde vivíamos, y yo
era el encargado de entregar la ropa limpia. A fin de cumplir
eficazmente con esa función, necesitaba una bicicleta para remolcar el
pesado carrito con la ropa. Siempre había soñado con tener una bonita y
lustrosa bicicleta deportiva roja, pero nunca había dinero suficiente
para realizar ese sueño; lo que conseguí fue una bicicleta negra,
durable y fea, pero resistente. Durante varios años hice las entregas de
ropa limpia en esa bicicleta antes y después de la escuela. La mayor
parte del tiempo, no me sentía muy orgulloso de mi bicicleta ni del
carrito ni de mi trabajo. A veces el carrito se me hacía tan pesado y el
trabajo tan agotador que pensaba que se me iban a reventar los
pulmones, y muchas veces tenía que detenerme para recuperar el aliento.
No obstante, ponía de mi parte porque sabía que, como familia, en verdad
dependíamos de esos ingresos y ésa era mi manera de contribuir.
Si en ese entonces hubiese sabido lo que aprendí años después, si tan sólo hubiese podido ver el fin desde el principio, habría valorado mejor esas experiencias y eso habría aligerado mucho mi trabajo.
Años
después, cuando estaba a punto de que me reclutaran en el servicio
militar, opté por alistarme en la Fuerza Aérea para ser piloto, ya que
me gustaba volar y pensé que tenía aptitudes para ello.
Para
que se me admitiera en el programa, tenía que pasar un número de
pruebas, incluso un riguroso examen físico. Los médicos se inquietaron
algo por los resultados e hicieron algunas pruebas adicionales. Después
me dijeron: “Usted tiene cicatrices en los pulmones, lo cual indica que
tuvo una enfermedad en los primeros años de la adolescencia, pero es
obvio que ahora se encuentra bien”. Los médicos se preguntaban a qué
tratamiento se me había sometido para curarme de esa enfermedad. Yo
nunca supe que padecía de ningún tipo de enfermedad pulmonar hasta ese
día del examen. Entonces comprendí con claridad que el frecuente
ejercicio al aire fresco al entregar la ropa limpia había sido un factor
importante para curarme de esa enfermedad. Sin el esfuerzo de pedalear
aún con más energías esa bicicleta pesada todos los días y de remolcar
aquel carrito de ropa limpia de arriba abajo por las calles del pueblo,
quizás nunca hubiera sido piloto de avión de combate y, posteriormente,
capitán de aviones 747 de una línea aérea.
No
siempre conocemos los detalles de nuestro futuro ni sabemos lo que nos
aguarda. Vivimos en tiempos de incertidumbre, y en cada aspecto de
nuestra vida estamos rodeados de desafíos. De vez en cuando, el desánimo
nos llega de improvisto y en ocasiones nos sentimos frustrados. Quizás
hasta pongamos en tela de juicio el valor de nuestro trabajo. En esos
momentos sombríos, Satanás nos susurra al oído que nunca lograremos el
éxito, que no vale la pena el esfuerzo que se deba hacer por lograr una
aspiración y que nuestra pequeña aportación nunca tendrá impacto alguno.
Él, el padre de todas las mentiras, hará lo posible por impedir que
veamos el fin desde el principio.
Afortunadamente,
a ustedes, jóvenes poseedores del sacerdocio de La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, les enseñan los profetas,
videntes y reveladores de nuestra época. La Primera Presidencia declaró:
“…tenemos plena confianza en ustedes. Ustedes son espíritus escogidos…
Están iniciando su jornada por esta vida terrenal; su Padre Celestial
desea que vivan felices y desea llevarlos de nuevo a Su presencia. Las
decisiones que tomen hoy determinarán mucho de lo que habrá de venir
durante su vida y la eternidad”(Para la Fortaleza de la Juventud,
2001, pág. 2). “[Tienen] la responsabilidad de aprender lo que nuestro
Padre Celestial desea que [hagan] y entonces, dar lo mejor de [ustedes
mismos] para obedecer Su voluntad” (Sacerdocio Aarónico: Cumplir nuestro deber a Dios, 2001, pág. 4).
Estoy
sumamente agradecido por el liderazgo inspirado de nuestro amado
presidente Gordon B. Hinckely, el profeta de Dios en nuestra época, y
por sus nobles consejeros. Su visión profética les ayuda a ustedes a ver
el fin desde el principio.
El Señor
les ama; por eso les ha dado los mandamientos y las palabras de los
profetas para guiarles durante su vida. Algunas de las pautas de mayor
importancia para su vida se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud.
La apariencia física de este librito de papel acertaría la descripción
que se encuentra en las Escrituras: “De las cosas pequeñas proceden las
grandes” (D. y C. 64:33). El folleto en sí carece de valor monetario,
quizás cueste unos centavos, pero la doctrina y los principios que en él
se presentan son un tesoro inestimable. Ustedes, jóvenes mayores de 18
años, si ya no tienen más este folleto, asegúrense de conseguirlo,
conservarlo y utilizarlo; este folleto es una joya para las personas de
cualquier edad. Contiene normas que son los símbolos sagrados que
representan nuestra calidad de miembros de la Iglesia.
Permítanme recordarles el hecho de que tanto el folleto Para la Fortaleza de la Juventud como la Guía para Padres y Líderes de la Juventud,
y la recomendación para el templo de la Iglesia tienen, todos ellos,
una ilustración del templo de Salt Lake impresa en la portada. El templo
es un eslabón que une a las generaciones tanto en esta vida como en la
eternidad. Todos los templos se han dedicado con el mismo propósito:
ayudar en la labor de llevar a cabo la divina obra y gloria de Dios,
nuestro Padre Eterno: “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna
del hombre” (Moisés 1:39). Los templos son edificios sagrados donde se
hallan respuestas a preguntas eternas, se enseña la verdad y se efectúan
ordenanzas para que podamos vivir con el conocimiento de nuestra
herencia divina como hijos de Dios y con el entendimiento de nuestro
potencial como seres eternos. La casa del Señor les ayuda a ver el fin
desde el principio.
Así como los templos de Dios son sagrados, de igual manera lo es su cuerpo físico aquí en la tierra. El apóstol Pablo dijo:
“¿…ignoráis
que vuestro templo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
“Porque
habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios
6:19–20).
Mis queridos poseedores del
sacerdocio de todas las edades y de todas las partes del mundo,
utilicemos nuestros pensamientos, nuestra mente, nuestro corazón y
nuestro cuerpo con el respeto y la dignidad que merece el templo sagrado
que nuestro Padre Celestial nos dio.
Amigos míos, los profetas de nuestra época les han prometido que al cumplir con las normas que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud
y “[al vivir] de acuerdo con las verdades que se encuentran en las
Escrituras, serán capaces de llevar a cabo las labores de su vida con
mayor sabiduría y capacidad y soportar las aflicciones con más valor.
Ustedes tendrán la ayuda del Espíritu Santo… serán dignos de entrar en
el templo para recibir las santas ordenanzas. Ustedes pueden tener ésas y
muchas otras bendiciones más” (Para la Fortaleza de la Juventud, págs. 2–3).
Sabemos
que Dios cumple Sus promesas. Debemos cumplir con nuestra parte para
recibir Sus bendiciones. El profeta José Smith enseñó que: “…cuando
recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre
la cual se basa” (D. y C. 130:21).
Sin
importar la edad, cada miembro que tenga el deseo de ir al templo debe
prepararse para esa experiencia sagrada. Su obispo y su presidente de
estaca, que poseen las llaves de la autoridad del sacerdocio y son
jueces comunes en la Iglesia, les harán ciertas preguntas. Algunas de
esas preguntas fundamentales son: ¿Es usted honrado?, ¿Es moralmente
puro?, ¿Guarda la Palabra de Sabiduría?, ¿Cumple con la ley del diezmo?,
¿Apoya a los oficiales de la Iglesia? Las respuestas a esas preguntas
clave reflejan tanto sus actitudes como sus acciones.
Ustedes,
los varones más jóvenes, quizás no estén al tanto de que las normas que
el Señor ha establecido en las preguntas para obtener la recomendación
para el templo son muy parecidas a las que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud.
En los momentos de tranquilidad y también en los de mayor tentación,
esas normas y la orientación del Espíritu Santo les guiarán a tomar las
decisiones correctas en cuanto a la educación, las amistades, su modo de
vestir y su apariencia, la diversión, los medios de comunicación y el
Internet, el lenguaje, la manera adecuada de salir con jóvenes del sexo
opuesto, la pureza sexual, la honradez, la observancia del día de reposo
y el servicio a los demás. La forma en que apliquen esas normas
indicará en gran medida quiénes son y lo que desean llegar a ser.
Mis
jóvenes amigos, el Señor quiere que ustedes tengan el deseo de cumplir
con todo su corazón esas normas y vivir su vida de acuerdo con las
verdades del Evangelio que se encuentran en las Escrituras. Al hacerlo,
verán más allá de la situación en la que se encuentren, y verán su
admirable y brillante futuro con grandes oportunidades y
responsabilidades. Estarán dispuestos a trabajar arduamente y de
perseverar, y tendrán una actitud positiva ante la vida. Verán que el
camino de su vida les conducirá en primer lugar a la casa del Señor, y
después a servir en una misión de tiempo completo, al representar al
Salvador dondequiera que les mande. Después de su misión, organizarán su
vida y sus planes basándose en las mismas normas. Por lo tanto, en su
mente se verán entrando en la Casa del Señor para así tener un
matrimonio eterno y una familia eterna. Lo que tenga prioridad en su
vida cambiará para ajustarse a lo que el Salvador nos ha indicado; y
Dios les bendecirá y les abrirá los ojos del entendimiento para que vean
el fin desde el principio.
Al vivir las normas que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud,
se valorarán más ustedes mismos. Comprométanse tanto en su corazón como
en su mente a obedecer esas normas y a vivir de acuerdo con ellas.
Comparen dónde se encuentran hoy en día con respecto a cada una de esas
normas. Escuchen la voz del Espíritu, que les enseñará lo que deben
hacer para llegar a ser más semejantes a Jesús. Si reconocen que un
cambio es necesario, efectúenlo y no lo dejen para después. Hagan uso
del arrepentimiento sincero y del don y el poder de la expiación de
Jesucristo para vencer aquellas cosas que les impidan alcanzar su
verdadero potencial. Si este proceso les parece difícil, perseveren,
porque sí vale la pena. El Señor tiene una promesa para ustedes al igual
que la tuvo para el profeta José: “…entiende, hijo mío, que todas estas
cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C.
122:7).
Ahora bien, mis queridos
abuelos, padres, tíos, hijos y amigos de éstos, nuestros jóvenes,
nosotros podemos ser de gran ayuda en este proceso. El rey Benjamín
enseñó que si los padres en verdad se han convertido, ellos “[enseñarán a
sus hijos] a andar por las vías de la verdad y la seriedad; [y] les
[enseñarán] a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro” (Mosíah
4:15). Se ha dicho que: “La enseñanza por medio del ejemplo es una manera de enseñar”. Yo diría: “La enseñanza por medio del ejemplo es la mejor manera de enseñar”.
Por
favor, sean poseedores del sacerdocio dignos de entrar en el templo,
para que así enseñen a nuestros jóvenes por medio de su ejemplo. Su buen
ejemplo, su amor tanto por Dios como por su prójimo, y la aplicación de
su testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo constituirán un
poder convincente para nuestros jóvenes y les ayudarán a ellos a ver el
fin desde el principio.
Mis queridos
amigos jóvenes, por favor, perfeccionen su vida al vivir de acuerdo con
esas normas que nos han dado los profetas de la actualidad. Al hacerlo
paso a paso, día tras día, honrarán el sacerdocio y estarán listos para
ser una influencia positiva en el mundo a la vez que emprenderán el
camino correcto para regresar con honor al lado de nuestro Padre
Celestial.
Mis queridos consiervos
del sacerdocio, hoy les prometo que si siguen estas pautas, el Señor les
ayudará a tener más logros en su vida que si lo hiciesen ustedes solos.
¡Él les ayudará siempre a ver el fin desde el principio!
De esto testifico en calidad de apóstol del Señor, nuestro Salvador, y en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
Fuente: Liahona Abril de 2006
Pedro Avilés Z - Norelly Learning
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