EN HONOR A MARTIN HARRIS - EL TESTIGO:
Managua, Nicaragua – 02 de febrero de 2019
Norelly Learning – Pedro Avilés Z
Hace 20 años el Presidente Dallin H. Oaks, compartió en la Conferencia General del mes de abril 1999 de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, un mensaje lleno de amor para Martín Harris, que más adelante podrán leer.
Realmente él fue un hombre singular, aún con la debilidad que presentó en el transcurso de los primeros días de la Iglesia.
EN HONOR A MARTIN HARRIS :
TESTIMONIO
Toda alma en este mundo puede tener una revelación, exactamente
la misma que tuvo Pedro (véase Mateo 16:13–17). Esa revelación
será un testimonio, el conocimiento de que Cristo vive, de que Jesucristo es el
Redentor de este mundo. Toda alma puede lograr esa certeza, y cuando reciba ese
testimonio, provendrá de Dios y no solo del estudio. Por supuesto, el estudio
es un elemento importante, pero junto con él debe haber mucha oración y mucho
esfuerzo; entonces se recibe la revelación…
"Más he aquí, acontecerá que el
Señor Dios dirá a aquel a quien entregará el libro: Toma estas palabras que no
están selladas y entrégalas a otro, para que las muestre al instruido,
diciendo: Te ruego que leas esto. Y el instruido dirá: Trae aquí el libro, y yo
las leeré".2 Nefi 27:15
MARTIN HARRIS – EL TESTIGO
“Una de las contribuciones más grandes que Martin
Harris hizo a la Iglesia, por la que se le debe honrar en todo momento, fue la
financiación de la publicación del Libro de Mormón”.
Elder Dallin H. Oaks
°°°°°°°°
La Ley De Los Testigos
Los
testigos y el testificar son vitales en el plan de Dios para la salvación de
Sus hijos. En la Trinidad, la función del Espíritu Santo es testificar del
Padre y del Hijo (véase 2 Nefi 31:18). El Padre ha dado testimonio del Hijo
(véase Mateo 3:17; 17:5; Juan 5:31-39) y el Hijo ha dado testimonio del Padre
(véase Juan 17). El Señor ha mandado a Sus siervos que testifiquen de Él (véase
Isaías 43:10; Mosíah 18:9; D. y C. 84:62), y todos los profetas han dado
testimonio de Jesucristo (véase Hechos 10:43; Apocalipsis 19:10).
Las
Escrituras declaran que, “Por boca de dos o de tres testigos se establecerá
toda palabra” ( D. y C. 6:28; 2 Corintios 13:1; véase también Deuteronomio
19:15). Las ordenanzas más importantes de salvación-el bautismo, el matrimonio
y otras ordenanzas del templo- requieren que haya testigos (véase D. y C.
127:6; 128:3).
La Biblia
testifica de Jesucristo por medio de profecías de Su venida, de relatos de Su
ministerio y de los testimonios de los que llevaron Su mensaje al mundo. El
Libro de Mormón tiene el mismo contenido: testigos del Mesías antes, durante y
después de Su ministerio. En forma apropiada, ahora
se titula “Otro Testamento de Jesucristo”.
se titula “Otro Testamento de Jesucristo”.
Testigos Del Libro De Mormón
Existen
testigos del mismo Libro de Mormón.
He elegido hablar acerca de la importancia de sus testimonios y acerca de la vida de uno de ellos.
He elegido hablar acerca de la importancia de sus testimonios y acerca de la vida de uno de ellos.
Mientras
José Smith traducía el Libro de Mormón, el Señor reveló que, además del
testimonio del Profeta, el mundo tendría “el testimonio de tres de mis siervos
que llamaré y ordenaré, y a quienes mostraré estas cosas” (D. y C. 5:11; véase
también Éter 5:2-4; 2 Nefi 27:12-13). “Sabrán con certeza que estas cosas son
verdaderas”, el Señor declaró, “porque desde el cielo se lo declararé” (D. y C.
5: 12).
Hubo
también ocho testigos, pero su testimonio es tema para otra ocasión.
Los tres hombres que se eligieron como testigos del Libro de Mormón fueron Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris. “El testimonio de tres testigos” por escrito se ha incluido en todos los casi 100 millones de ejemplares del Libro de Mormón que la Iglesia ha publicado desde 1830. Esos testigos testifican solemnemente que ellos han “visto las planchas que contienen esta relación” y “los grabados sobre las planchas”; atestiguan que esos escritos “han sido traducid[o]s por el don y el poder de Dios, porque así su voz nos lo declaró”. Ellos testifican: ‘’Declaramos con palabras solemnes que un ángel de Dios bajó del cielo, y que trajo las planchas y las puso ante nuestros ojos, de manera que las vimos y las contemplamos, así como los grabados que contenían; y sabemos que es por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, que vimos y testificamos que estas cosas son verdaderas”.
Los tres hombres que se eligieron como testigos del Libro de Mormón fueron Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris. “El testimonio de tres testigos” por escrito se ha incluido en todos los casi 100 millones de ejemplares del Libro de Mormón que la Iglesia ha publicado desde 1830. Esos testigos testifican solemnemente que ellos han “visto las planchas que contienen esta relación” y “los grabados sobre las planchas”; atestiguan que esos escritos “han sido traducid[o]s por el don y el poder de Dios, porque así su voz nos lo declaró”. Ellos testifican: ‘’Declaramos con palabras solemnes que un ángel de Dios bajó del cielo, y que trajo las planchas y las puso ante nuestros ojos, de manera que las vimos y las contemplamos, así como los grabados que contenían; y sabemos que es por la gracia de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, que vimos y testificamos que estas cosas son verdaderas”.
Además,
“la voz del Señor nos mandó que testificásemos de ello; por tanto, para ser
obedientes a los mandatos de Dios, testificamos estas cosas” (“El testimonio de
tres testigos”, El Libro de Mormón).
La gente
que niega la posibilidad de seres supernaturales puede rechazar este testimonio
asombroso, pero la gente que tiene una actitud abierta para creer en
experiencias milagrosas debe encontrarlo persuasivo. El solemne testimonio
escrito de tres testigos de lo que vieron y escucharon-dos de ellos en forma
simultánea y el tercero casi inmediatamente después-merece seria consideración.
Efectivamente, sabemos que por el testimonio de un testigo se han declarado
grandes milagros que mucha gente religiosa ha aceptado; y en el mundo secular,
el testimonio de un testigo ha sido suficiente para considerar castigos y
juicios serios.
Las
personas que tienen experiencia en evaluar testimonios consideran comúnmente la
oportunidad que un testigo tiene de observar un acontecimiento y la posibilidad
de que él tenga algún prejuicio en la materia. En los casos en los que diversos
testigos den un testimonio idéntico acerca del mismo acontecimiento, los
escépticos buscan evidencia de confabulación entre ellos, u otros testigos que
podrían contradecirlos.
Después
de evaluarlo tomando en cuenta todas esas posibles objeciones, el testimonio de
los Tres Testigos del Libro de Mormón se erige con gran fuerza. Cada uno de los
tres tuvo amplias razones y oportunidades para renunciar a su testimonio si
hubiera sido falso, o ambiguo en los detalles si alguno hubiera sido inexacto.
Como bien se sabe, debido a los desacuerdos o a los celos que existían entre
otros líderes de la Iglesia, cada uno de los Tres Testigos fue excomulgado de
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días aproximadamente ocho
años después de la publicación de su testimonio. Los tres siguieron caminos
diferentes, sin ningún interés común por apoyar un esfuerzo de confabulación.
Sin embargo, al final de sus vidas-períodos que oscilan entre los doce hasta los
cincuenta años después de haber sido excomulgados-ninguno de esos testigos se
desvió de su testimonio impreso o dijo algo que pudiera generar alguna duda con
respecto a su veracidad.
Además,
su testimonio no ha sido contradicho por ningún otro testigo. Uno podría
rechazarlo, pero, ¿cómo se puede explicar que tres hombres de buena reputación
se unieran y persistieran en este testimonio impreso hasta el fin de sus vidas
enfrentando gran ridículo y otras desventajas personales? Como el mismo Libro
de Mormón, no hay mejor explicación que la que da el testimonio mismo: la
declaración solemne de hombres buenos y honrados que dijeron lo que vieron.
Martin Harris
Martin Harris
Por tener
un interés especial en Martin Harris, me ha entristecido el saber cómo le
recuerda la mayoría de los miembros de la Iglesia. Él merece que se le recuerde
mejor que tan sólo como el hombre que obtuvo injustamente las páginas del
manuscrito inicial del Libro de Mormón y que luego las perdió.
Cuando se
publicó el Libro de Mormón, Martin Harris tenía casi cuarenta y siete años de
edad, más de veinte años mayor que José Smith y los otros dos testigos. Él era
un ciudadano respetado y próspero de Palmyra, Nueva York; era propietario de
una granja de más de 97 hectáreas, extensa para esa época y ese lugar; era
veterano honorable de dos batallas de la guerra de 1812; sus conciudadanos le
habían confiado muchos puestos públicos y responsabilidades en la comunidad.
Era universalmente respetado por su industriosidad e integridad. Los
comentarios de parte de sus contemporáneos lo describen como un “granjero
industrioso, trabajador arduo, sagaz en sus decisiones comerciales, frugal en
sus hábitos” y “estrictamente íntegro en sus tratos de negocios” (de Richard
Lloyd Anderson, Investigating the Book of Mormon Witnesses, 1981, págs. 96-97,
98).
Este
hombre mayor, íntegro y próspero se hizo amigo del joven y pobre José Smith,
dándole los cincuenta dólares que le permitieron pagar sus deudas en Palmyra y
ubicarse en el noreste de Pennsylvania, a más de 240 kilómetros de distancia.
Allí, en abril de 1828, José Smith comenzó su primera traducción persistente
del Libro de Mormón. Él dictaba y Martin Harris escribía hasta que tuvieron 1
16 páginas de manuscrito.
Las
súplicas insistentes de Martin para mostrar el manuscrito a su familia hicieron
mella en José y éste le permitió llevarlo a Palmyra, en donde le robaron las
páginas, se perdieron y probablemente fueron quemadas. Por esto el Señor
reprendió a Martin y a José. A José se le privó de su don de traducir por una
temporada y a Martin se le reprendió como un “hombre inicuo” que “ha
despreciado los consejos de Dios y quebrantado las más santas promesas hechas
ante Dios …” (D. y C. 3:12-13; véase también D. y C. 10). Afortunadamente,
más tarde el Señor perdonó a José y a Martin y la obra de la traducción
continuó con otros escribas. Obviamente honramos a José por su magnífico
ministerio, pero la fidelidad subsiguiente de Martin continúa bajo tela de
juicio, de la cual este hombre importante debe ser rescatado.
Repasaré
algunos de los puntos culminantes de la vida de Martin Harris que siguieron al
devastador episodio del manuscrito robado y perdido.
Cerca de
nueve meses después de que Martin fue reprendido, el profeta José Smith recibió
una revelación que declaraba que habría tres testigos de las planchas y que si
Martin se humillaba, tendría el privilegio de verlas (véase D. y C. 5:11, 15,
24). Unos meses más tarde, Martin Harris fue seleccionado como uno de los Tres
Testigos y tuvo la experiencia, y dio el testimonio descrito anteriormente.
Unas de
las contribuciones más grandes que Martin Harris hizo a la Iglesia, por la que
se le debe honrar en todo momento, fue la financiación de la publicación del
Libro de Mormón. En agosto de 1829 hipotecó su casa y su granja a Egbert B.
Grandin para asegurar el pago del contrato de impresión. Siete meses después se
completó la primera impresión de cinco mil ejemplares del Libro de Mormón. Más
tarde, cuando llegó el tiempo de pagar la hipoteca, la casa y parte de la
granja se vendieron por tres mil dólares. De esta manera, Martin Harris fue
obediente a la revelación del Señor:
“Te mando
no codiciar tus propios bienes, sino dar liberalmente de ellos para imprimir el
Libro de Mormón …
“Paga la
deuda que has contraído con el impresor. Líbrate de la servidumbre” (D. y C.
19:26, 35).
Otros
registros y revelaciones muestran la participación significativa de Martin
Harris en las actividades de la Iglesia restaurada y su condición con Dios.
Estuvo presente en la organización de la Iglesia el 6 de abril de 1830, y fue
bautizado ese mismo día. Un año más tarde, se le llamó para que viajara con
José Smith, Sidney Rigdon y Edward Partridge a Misuri (véase D. y C. 52:24).
Ese año, 1831, en Misuri, se le mandó que “[diera] un ejemplo a la iglesia,
entregando su dinero al obispo de ella” (D. y C. 58:35), convirtiéndose así en
el primer hombre que el Señor llamó por nombre para consagrar su propiedad a
Sión. Dos meses después, se le nombró junto con José Smith, Oliver Cowdery,
Sidney Rigdon y otras personas para ser “mayordomos de las revelaciones y
mandamientos” (D. y C. 70:1, 3), una directiva de publicar y diseminar lo que
más tarde sería el libro de Doctrina y Convenios.
En 1832, el hermano mayor de
Martin Harris, Emer, que es mi tatarabuelo, fue llamado a una misión desde
Ohio (véase D. y C. 75:30). Emer pasó un año predicando el Evangelio cerca de
su antigua casa en el noreste de Pennsylvania. Durante la mayor parte del
tiempo, su compañero fue su hermano Martin, cuyo fervor en la predicación
incluso causó que lo encarcelaran por unos días. Los hermanos Harris bautizaron cerca de 100 personas. Entre los que
bautizaron se encontraba una familia de apellido Oaks, que incluía a mi
tatarabuelo. Por eso mi segundo nombre y mi apellido provienen de
los abuelos que se conocieron en ese encuentro misional en el condado de
Susquehanna, en 1832-1833.
De
regreso en Kirtland, Ohio, después de su misión, en febrero de 1834, se eligió
a Martin Harris por revelación para prestar servicio en el primer sumo consejo
de la Iglesia (véase D. y C. 102:3). En menos de tres meses, partió de Kirtland
con los hombres del Campo de Sión, marchando aproximadamente 1.450 kilómetros
hacia Misuri para socorrer a los santos oprimidos de ese lugar.
Uno de
los acontecimientos más importantes de la Restauración fue el llamado de un
Quórum de Doce Apóstoles, en febrero de 1835. Los Tres Testigos, incluso Martin
Harris, fueron designados para “[buscar] a los Doce” (D. y C. 18:37), para
seleccionarlos y, bajo la autoridad del Profeta y sus consejeros, para
ordenarlos. [Esas ordenaciones fueron confirmadas posteriormente bajo las manos
de la Primera Presidencia] (véase de B. H. Roberts, Comprehensive History, tomo 1, págs.
372-375).
De puestos de gran influencia y
autoridad, cada uno de los Tres Testigos cayó, cada uno a su propia manera. Durante
1837 había intensos conflictos financieros y espirituales en Kirtland, Ohio. Martin Harris dijo más tarde que él había
“perdido su confianza en José Smith’’ y que “su mente se había obscurecido”
(citado en Investigating the Book of Mormon Witnesses, Anderson,
pág. 110) . Fue relevado del sumo consejo en septiembre de 1837, y tres
meses después fue excomulgado.
La esposa de Martin, Lucy, que
había estado involucrada en la pérdida de las páginas del manuscrito murió en
Palmyra en 1836. En menos de un año, Martin y su familia se
ubicaron en Kirtland, y Martin se casó con Caroline Young, sobrina de Brigham
Young.
Cuando la
mayoría de los santos siguieron adelante-a Misuri, a Nauvoo y luego al
Oeste-Martin Harris permaneció en Kirtland. Allí fue rebautizado por un
misionero visitante en 1842. En 1856, Caroline y sus cuatro hijos iniciaron la
larga jornada a Utah, pero Martin, que entonces tenía setenta y tres años de
edad, permaneció en su propiedad de Kirtland. En 1860 le dijo a un empadronador
que él era “predicador mormón”,
evidencia de su continua lealtad al Evangelio restaurado. Más tarde, le dijo a
un visitante: “Yo nunca abandoné la Iglesia; la Iglesia me abandonó a mí” (de William H.
Homer, Jr., “ ‘Publish It Upon the Mountains’: The Story of Martin Harris”,
Improvement Era, julio de 1955, pág. 505), queriendo decir, por supuesto, que Brigham
Young se llevó la Iglesia hacia el Oeste, y el envejecido Martin permaneció en
Kirtland.
Durante
parte del resto de los años que pasó en Kirtland, Martin Harris actuó con o
conserje y guía del abandonado Templo de Kirtland, al que amaba. Los visitantes
hablaban en cuanto al distanciamiento de él de los líderes de la Iglesia en
Utah, pero también de su ferviente reanimación de su testimonio impreso del
Libro de Mormón.
Finalmente,
en 1870, el deseo de Martin de reunirse con su familia en Utah resultó en una
cálida invitación de Brigham Young, un boleto para su pasaje y una escolta
oficial de uno de los presidentes de los Setenta. Una persona que entrevistó al
hombre de ochenta y siete años de edad lo describió como “asombrosamente
vigoroso para una persona de sus años … con muy buena memoria” (Deseret News, 31
de agosto de 1870).
Fue rebautizado, práctica común de la época, y habló dos veces a
congregaciones en este Tabernáculo. No contamos con un informe
oficial de lo que dijo, pero podemos estar seguros de su mensaje central,
puesto que más de treinta y cinco personas dejaron escritos personales
similares de lo que les dijo durante ese período. Uno
informó que Martin dijo: “No es sólo una creencia, sino una cuestión de
conocimiento. Vi las planchas y los grabados sobre ellas. Vi el ángel, y él me
las mostró” (citado en Anderson, Investigating the Book of Mormon Witnesses,
pág. 116) .
Cuando reiteró su testimonio del Libro de Mormón en los últimos días de
su vida, Martin Harris declaró: “Les digo estas cosas para que digan a los demás
que lo que he dicho es verdad, y no me atrevo a negarlo; escuché la voz de Dios
que me mandaba que yo testificara de ese hecho” (Ibid., pág. 118).
Martin
Harris murió en Clarkston, Utah, en 1875, a los noventa y dos años de edad. Su
vida se conmemora en el memorable espectáculo: Martin Harris: el hombre que
supo, que cada verano se monta en Clarkston, Utah.
¿Qué
aprendemos de este ejemplo? (1) Los testigos son importantes y el testimonio de
los Tres Testigos del Libro de Mormón es admirable y confiable. (2) La
felicidad y el progreso espiritual radican en seguir a los líderes de la
Iglesia. (3) Hay esperanza para cada uno
de nosotros, incluso si hemos pecado y nos hemos desviado de una posición
favorable.
La invitación del Señor es
afectuosa y amorosa: “Regresen y siéntense a la mesa del Señor, para probar
nuevamente los dulces y agradables frutos del hermanamiento con los santos”
(“Una invitación a regresar”, Carta de la Primera Presidencia, 23 de diciembre
de 1985). Testifico que ésta es la palabra del Señor y la obra del Señor, en el
nombre de Jesucristo. Amén.
Presidente Dallin H. Oaks - Primer Consejero de la Primera Presidencia
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